viernes, 3 de enero de 2014

Mi encuentro con Raúl Terrén

El pasado 7 de octubre llegué a Buenos Aires invitado por la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad de Buenos Aires para participar en una mesa redonda en el Congreso Internacional de Ecnomía (ECON 2013), dentro de los actos de su Centenario. Mi mesa redonda era el 9 de octubre por la tarde y tenía también algunos contactos institucionales y me quedaba libre la tarde del 8. Como estoy emocionado con la biodanza y sabía que en Buenos Aires tenía que haber biodanza busqué en google Biodanza Buenos Aires y apareció que ese martes 8 de octubre había una sesión de puertas abiertas a las 19:30 con Verónica Toro, la hija de Rolando Toro. Me emocioné, no decía dónde, había dos teléfonos, uno era un móvil pero no acerté a marcarlo desde el skype, porque no es igual marcar el número llamando desde Argentina que desde fuera, el fijo no contestaba. No había dirección, solo vi en la web una dirección: Villanueva, 205 en Dique Luján y me preparé para ir allí. Le dije a un amigo si quería ir conmigo, me dijo que era muy lejos, que no le daba tiempo, pero que yo tenía que salir por lo menos dos horas antes, pero nada me parecía un obstáculo y pensé que luego me podría volver con alguna de las personas que fueran. Emocionado pasé por la magnífica librería Kier, que felizmente estaba al lado de mi hotel y compré tres ejemplares del libro de Verónica Toro y Raúl Terrén para pedirle a Verónica que me los firmara. En la web de Verónica y Raúl encontré una explicación de cómo llegar.

Me fui en el “subte” a la Plaza de Italia, encontré la parada del 60 (ramal Escobar), agarré uno rápido (lo había semirrápido y normal) y hora y tres cuartos después (¿cuánto tardará el normal?) llegué a Ingeniero Maschwitz, allí tomé un remis (un taxi) hasta Villanueva, 205, en Dique Luján, no era cerca, tardó bastante el taxi, llegaba tarde, eran las 19:35 cuando llegué, estaba claro que era allí, Quinta Biodanza se llamaba la casa. Pero allí no había coches fuera, había poca luz, no había timbre en la puerta, di unas voces, cuatro perros estaban dentro, uno ladrándome. Pensé que ya estarían todos danzando que por eso no me oían y como yo tenía que ir a esa biodanza, abrí el portillo y entré, a pesar de que me dan miedo los perros, tres estaban muy amigables pero uno me ladraba, pero yo tenía que ir a la biodanza. Fui metiéndome en la quinta, yo diciendo ¡hola, hola!, con uno de los perros ladrándome, así llegué hasta la casa, encontré una puerta, la abrí y me metí “hasta la cocina”, hasta que me encontré con un chico que me miró con extrañeza, le dije “Vengo a la biodanza” y me dijo “Voy a buscar a mi padre”.

Bajó un hombre, le dije “Vengo a la biodanza”, me miró también con extrañeza, “¿De dónde vienes”, le respondí “De Buenos Aires”, se llevó las manos a la cabeza, me dijo que la biodanza era en Buenos Aires, no muy lejos de mi hotel, miró el reloj, pensó en llamar a Verónica pero ya habría empezado la clase. Me dijo que era Raúl Terrén y que cualquier persona de Buenos Aires habría entendido que no podía ser la clase tan lejos, que allí solo hacían encuentros de fin de semana. Se quedó abrumado por mi presencia allí, por mi confusión, por mis ganas de vivir la biodanza.

Me invitó a un té, un boldo, fue muy amable, no me conocía de nada, pero me sentí acogido en su casa. Me preguntó de dónde venía, qué me había traído a Argentina, me preguntó por mi relación con la biodanza. Yo no hablaba mucho, era un encuentro desigual, yo un neófito y tenía delante al Presidente de la International Biocentric Foundation y eso me tenía desbordado, yo además iba a biodanzar, no estaba preparado para hablar con Raúl Terren. Le pedí que me dedicara un libro a mí y otro a Abel, mi compañero de blog.

Me preguntó con quién hacía biodanza, le dije que con Javier de la Sen. Me contó la historia del desencuentro entre Javier de la Sen y Rolando Toro, yo no la sabía. Me explicó que después de formarse, Javier le pidió abrir una escuela en Madrid, que Rolando le dijo inicialmente que sí, pero que luego una persona que tenía la Escuela de Madrid protestó y Rolando se echó atrás y le dijo que no, que abriera escuela en otro lado. Me explicó que a él le parecía que Javier hacía las formaciones en muy poco tiempo y que creía que el grupo era muy importante para la biodanza y que en tan poco tiempo no se podía experimentar todo lo que necesitaba un facilitador de Biodanza. Fue un encuentro muy agradable. Me regaló y dedicó un libro de poemas suyo y también me regaló un libro de poemas de Rolando Toro. Sentí que había allí una conexión sincera entre dos seres humanos, fue singular.


Después llamó a un taxi, mientras llegaba me enseñó la Quinta, dónde se biodanza, dónde se reúne la gente, dónde se duerme. El taxi tardó bastante en llegar y seguimos hablando como 20 minutos en la calle. Le estoy muy agradecido a Raúl por su hospitalidad y espero poder volver algún día a Quinta Biodanza para hacer una formación y para biodanzar, me quedó una biodanza pendiente allí. 

Los milagros no quedaron en Dique Luján, el taxista me contó en el largo viaje de vuelta a Buenos Aires su historia personal de superación de las drogas, se estaba formando como pastor protestante, se iba a casar con su novia y se iba a vivir a Colombia, quería ser útil a otros y sabía que podía serlo, había esperanza, él comparó mi pasión por la biodanza con su fé, igual que su fé le había curado a él, la biodanza va a ayudarme a sanar mi vida.